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En abril de 1996 el Museo de Arte Moderno de Bogotá reunió 130 piezas de Luis Fernando Zapata (Girardota 1951- Bogotá 1994), para la exposición “Tiempos de Silencio” que un año más tarde serían publicadas en un libro-catálogo con textos de Álvaro Medina y Carlos Barreiro. La exposición mostraba los 10 años de producción, en buena parte realizados en París, que definen el periplo artístico de este creador antioqueño fallecido tempranamente a consecuencia de complicaciones del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, enfermedad que padecía desde hacía varios años. Tras esa muestra del MAMBO, la obra de Zapata permaneció inmaculadamente guardada, lejos de la vista del público durante casi tres décadas, como los objetos de culto que representaban ellas en sí mismas; contrastando con la difusión del trabajo de otros miembros de esa brillante generación de artistas colombianos radicados en París y que fue diezmada por el VIH a comienzos de los noventa, como fueron Luis Caballero, Lorenzo Jaramillo y Antonio Barrera, por citar algunos.
La prensa de la época destacaba los logros en la carrera de Zapata, como la exposición que realizó en 1991 en el Gran Palais de París, siendo parte del Salón de la Joven Pintura, o las muestras en las galerías Garcés Velásquez, Jenni Vilá o La Oficina de Medellín. El trabajo de Luis Fernando Zapata se expuso en Holanda, Francia y Alemania, así como en el Salón Nacional de Artistas de 1990, el mismo año que hace parte del primer ciclo de curadurías del Año de los Concretos en la Galería Casa Negret, el cual permitió ver los vasos comunicantes existentes entre los artistas abstractos colombianos empeñados a la postre en búsquedas formales.
Desde su gran exposición en el MAMBO, su nombre apareció en contadas y esporádicas colectivas vinculadas a la abstracción de los noventa y reapareció el año pasado en ‘Virosis’, la primera exposición en Colombia sobre la epidemia del VIH, también en el MAMBO. Este año, en el 30 aniversario de su fallecimiento, Alonso Garcés, el custodio de su legado, ha facilitado generosamente la oportuna revisión del trabajo de Zapata, para las exhibiciones “Lo inmemorial” en la Galería Elvira Moreno, en ésta que traemos al MAT y la que en enero próximo estará en el Leslie Lohman Museum of Art de Nueva York. Exposiciones que permiten apreciar la vigencia latente de su obra.
El interés por las formas lineales del diseño geométrico prehistórico que van desde el arte rupestre a la decoración de armas y objetos de uso es el hilo conductor que permite comprender las diferentes etapas de su proceso creativo, aunado a un gusto particular por las texturas y la materia. Así se teje una relación que va de las primeras pinturas realizadas con materiales tradicionales a los escudos y estelas que son hechos en papel maché, su material preferido como soporte de la obra. Viajes de investigación al norte de África, ya marcado por el sino trágico de su destino, darán paso a los objetos de culto, como amuletos mágicos, y a las barcas que pronto se convertirán en tumbas que a su vez darán paso a los sarcófagos, la última etapa de su producción, imaginados como crisálidas y construidos sobre su propio cuerpo. Del interés formal de una abstracción ascética, algo común en los años ochenta, Zapata entra en un camino de reflexión profunda sobre la vida, el amor, la memoria, la muerte y una espiritualidad propia que llenan de poesía sus obras finales en la búsqueda de lo que permanece. Y como escribiera Friedrich Hölderlin: El amor también fija ojos atentos, pero lo que permanece lo fundan los poetas.
Darío Ortiz