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Mi segunda Piel
Durante dos años la artista Mariana Varela (Ibagué 1947) trabajó en una rigurosa revisión antológica de la obra que hiciera a través de cinco décadas para entregarnos esta exposición, la más completa que se ha hecho hasta ahora de su carrera. Es una revisión, un volver a ver piezas que la misma autora seleccionó por considerarlas fundamentales en su proceso creativo, y no una retrospectiva, porque no propone un estudio cronológico sobre el trabajo. Es importante aclarar esa diferencia entre la revisión y la retrospectiva, porque al seleccionar, decidir y escoger las obras para esta muestra, ese volver a ver la llevó incluso a la necesidad de retrabajar algunas con la claridad que le da hoy enfrentarse al conjunto de todas ellas.
En este recorrido propuesto por Mariana podemos ver con diáfana claridad a una artista hija de su tiempo, pues coincide con los procesos que desde los años 70 del siglo pasado llevaron a la mujer a pasar de ser un actor pasivo dentro del arte, objeto de contemplación, a ser un actor activo y determinante. Como lo afirma la investigadora cultural venezolana Carmen Hernández: lo femenino a partir de los 70 asume una postura consciente tanto en la producción artística como en el campo teórico, redimensionándose activamente en el campo artístico[1].
Mariana Varela, quizás la artista plástica más destacada que ha tenido el Tolima, estudió en la Universidad Nacional en Bogotá. Siendo estudiante ganó un primer premio en el I Salón de pintura Joven del Museo de Zea en Medellín (actualmente Museo de Antioquia), posteriormente estudió grabado en París en el Atelier 17, participó de las bienales panamericanas de Artes Gráficas en Cali, del Salón Atenas del Museo de Arte Moderno de Bogotá y fue premiada en el Salón Regional Zona Centro, realizado en Ibagué en 1976. En el 2005 recibió el Primer Premio en el II Salón de Arte Bidimensional de la Fundación Alzate Avendaño y en el 2013 fue nominada al VII Premio Luis Caballero.
Durante el siglo XX, y tras cientos de años de ser usado principalmente como elemento de estudio previo a la elaboración de pinturas y murales, el dibujo se consolida como medio de expresión autónomo. Y es precisamente la generación de Mariana Valera (Luis Caballero, Darío Morales, Miguel Ángel Rojas, Oscar Muñoz, Ever Astudillo, entre otros) quienes a partir de los años setenta lo posicionan en Colombia como obra definitiva, teniendo al papel como soporte principal. Al mismo tiempo estos autores crean vasos comunicantes con la escena internacional que tras años dominados por la abstracción y la materia pictórica, regresaba decididamente a la representación. Una representación principalmente de carácter fotográfico que se denominó Hiperrealismo y que fue reconocida mundialmente a partir de la V Documenta de Kassel de 1972.
Dentro del hiperrealismo colombiano el cuerpo tiene un papel protagónico y los dibujos hiperrealistas de Mariana Varela de la década del setenta tratan del cuerpo femenino, pero apenas fragmentos ampliados de un cuerpo que se vislumbra entre prendas, logrando una carga erótica en la mente del espectador. Esta novedosa visión de lo femenino dentro del arte colombiano se puede enmarcar en el paso ya mencionado de lo pasivo a lo activo, puesto que: “cuando las mujeres usan sus propios cuerpos en su trabajo artístico, convierten estos cuerpos o rostros de objeto a sujeto”, según afirmaba la crítica de arte norteamericana Lucy Lippard en 1976[2].
Desde esa misma época una marcada vocación docente la llevó a ser profesora de la Universidad Nacional durante muchos años, Directora del Departamento de Bellas Artes y entre 1999 a 2003 dirigió el Museo de Arte de la Universidad Nacional.
De los cuerpos y prendas en close Up, la mirada de Varela se posa en el paisaje que concibe como fecundidad, fecundidad ultrajada por la mano del hombre, que contradiciendo las generosas bondades de la madre naturaleza, destruye y extingue a su paso. Paisajes vistos en su totalidad y en fragmentos de la mirada cercana, íntima, ampliada que la ha caracterizado. A la vez que explora las múltiples posibilidades del paisaje y la naturaleza, también lo hace con sus medios de expresión que reinventa cada vez, con los soportes donde trabaja, como cuando aparecen delicadas sedas para configurar un enorme platanal o pequeñas cajas concebidas como grandes instalaciones, o el punto de cruz que nuevamente reivindica el papel de lo femenino. Obras llenas de una carga conceptual acorde con nuestro tiempo y de un oficio laborioso, sincero, donde la artista se revela íntegra, y en aparente contradicción con el arte político que ha dominado buena parte de la escena artística colombiana. Un trabajo personal e intensamente poético donde ella nos entrega su segunda piel.
Darío Ortiz Robledo
[1] Hernández, Carmen. Lo femenino en el arte: una forma de conocimiento, en: Revista Venezolana de Estudios de la Mujer v.11 n.27 Caracas jul. 2006. https://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1316-37012006000200004
Consultado 1 de noviembre de 2023
[2] Lippard, Lucy. From The Center: Feminist Essays of Women’s Art, NY, Dutton, 1976. Pag. 124