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Lo que el ojo no ve
Un primer trazo irrumpe en el lienzo en blanco, lo tiñe y abre un camino, el de la creación. Trazos sucesivos van interviniendo el lienzo, que, para los efectos de la obra, es el todo. El conjunto de los trazos con todos los colores que ofrece el arte, que son también los del mundo, va configurando un universo. La superposición de trazos y de colores crea composiciones que en ocasiones resultan figurativas y otras, abstractas; es decir, obras más definidas o más ambiguas, de manera análoga a como se aprecia en la naturaleza, que ofrece paisajes tan disímiles como los que pueblan la Tierra. Una naturaleza que con la fortaleza y la constancia de todos sus elementos reconfigura, a cada instante, el paisaje que vivimos; una naturaleza que con su transcurrir paciente pero incesante modifica el horizonte que contemplamos y los lugares que habitamos. De esa forma todo cambia, aun en la memoria, pues no siempre recordamos un mismo paisaje, sino el paisaje que habíamos recordado, y el que recuerda ya no es el mismo, como tampoco lo son la naturaleza y el mundo.
De entre esas abstracciones o esos paisajes, pues las composiciones de Guillermo Londoño se debaten entre esos dos polos de representación, suelen apreciarse cerros, montañas, montes y cordilleras que evocan esa topografía accidentada del Tolima de la que una vez partieron sus ancestros, y que recuerda también ese Nevado del Tolima que es uno de los leitmotivs de su serie Lo que el ojo no ve.
Pero he aquí que esas prominencias que parecen cerros y montañas están apenas sugeridas, como desdibujadas por un trazo o por la inconstante memoria, como besadas por el paso perpetuo del tiempo. O transformadas y sepultadas por los accidentes de la naturaleza, a veces abruptos y siempre inclementes, tal la avalancha de Armero que hace cuarenta años vino con todo su ímpetu a barrerlo todo, paisaje y personas y recuerdos. Y de esa catástrofe también da cuenta el arte, y de manera notable la obra de Guillermo Londoño. Dejar ese testimonio, fungir como testigo es también uno de los propósitos del arte y del artista, y no me parece el menos digno de ellos.
Juan David Zuloaga
Guillermo Londoño (Bogotá 1962). Artista prolífico, comenzó su carrera exponiendo en la Galería Buchholz en 1980, obteniendo una licenciatura en Bellas Artes en la Universidad de Berkeley California en 1987. Se hizo conocido tempranamente por sus trabajos abstractos representado por la Galería Diners de 1990 al 2002, exponiendo en las ferias de Art Miami, Art Tokio, y la FIA de Caracas, así como en la Galería Promo Arte de Tokio, el XXXIII Salón Nacional de Artistas de 1990 y la V Bienal de Cuenca en 1997 entre otros. Con presencia en casas de subastas de Nueva York y Caracas.
Se instala posteriormente en Berlín con su esposa, la también artista Diana Drews, donde a comienzos del siglo XXI comienza a indagar en los elementos sintéticos del paisaje dando un giro a toda su producción. El resultado, su serie Horizontes, se exhibe en Hamburgo y en la galería Arte Consultores, en los años siguientes. Es seleccionado para exponer en colectivas en la Galería Saatchi de Londres, Virginia Miller Galleries de Miami y el Museo De Arte Moderno de Bogotá. A su regreso a Colombia sus paisajes soñados, propuestos, inventados; realizados sin referencia fotográfica o lugar específico, en diálogo permanente con la historia del arte; se convierten en “Lo que el ojo no ve”, extensa serie de pinturas exhibidas en el Museo de Arte Moderno de Pereira (2013), la Fundación Gilberto Alzate Avendaño (2017) y el Museo de Arte de Caldas (2025), entre otros lugares.
Recientemente ha participado de las ferias Context de Miami, Art Market Budapest y Louxemburg Art Fair 2022.
Tras varios años de trabajo y espera, la curaduría Silencio Compartido, la versión más reciente de “lo que el ojo no ve” la vemos por primera vez en el Museo de Arte del Tolima.
Darío Ortiz